LAS GAFAS DE LA INFANCIA
FOTO: periodismohumano |
(I)
En las próximas horas podré ir desgranando todos los
acontecimientos que me han ocurrido y que me desgarran el alma.
No puedo digerir tanta angustia. Siento la
necesidad de ir a ver a Paula, lo único que quiero y necesito es una
explicación.
Desde que se marchó no puedo conciliar el
sueño, en el trabajo estoy ausente, mi mente divaga alrededor de ella.
Lo tenía todo a su lado hasta que su ex
marido decidió arruinarnos la vida. Me gustaría que todo esto fuese una
horrible pesadilla y poder despertar en cualquier momento.
No nos dejó tranquilas hasta que acabó con
nuestra relación (una relación tóxica según él). No pudo asimilar los
comentarios de sus amistades, su familia. Y a sus hijos les adiestró para odiar
a Paula.
Permanezco con los ojos cerrados,
saboreando cada segundo que he vivido a su lado, mientras escucho el ir y venir
de las azafatas, el murmullo de los pasajeros.
Está previsto que tomemos tierra a las
cuatro de la tarde en Managua.
(II)
Llegué hace un mes a Nicaragua y por caprichos del azar
conocí, La Chureca, el vertedero más grande del país y, junto a él, cientos de
personas viviendo en chabolas, cuyo medio de vida es encontrar lo que sea,
allí, para poder vender y conseguir, con suerte, treinta y dos córdobas al día
para subsistir. Todo esto me ha hecho reflexionar y cambiar el rumbo de mi
estancia en este país.
Quise involucrarme desde el principio y,
gracias a la señora Moncha (que es como mi madre aquí, ya que su casa es mi
casa y su familia es la mía) me he integrado en la vida diaria de esta gente.
Ayudo y colaboro en todo lo que puedo.
Cuando cada mañana salgo a rebuscar cosas
entre la basura, a churequear como dicen
ellos, el alma se me parte en mil pedazos. No puedo contener las lágrimas al
observar el trabajo que tienen que soportar estas personas para poder llevarse
un trozo de pan a la boca.
Los niños que vienen a bregar a este
calamitoso lugar se enfrentan a la dicotomía entre peligro y necesidad. Sus
manos y pies desnudos trajinan entre cristales, latas oxidadas, jeringas…
Veo sus pequeños cuerpos encorvados por el
peso de esos grandes sacos que arrastran cargados de hierro, cristal, y se
alejan exhaustos hasta llegar a sus casas con su aportación para el
sostenimiento de la familia. Todo esto es tan cruel.
Sus caritas se ven polvorientas y
cetrinas por la suciedad y los gases a
los que se exponen diariamente. No lo puedo asimilar ni en un mes ni en una
eternidad.
La pasada semana experimenté una vivencia
terrible. Me avisaron para atender a dos niños que tenían temblores, mareos y
vómitos. Le dije a Basilia, su madre, que debíamos trasladarles al hospital, ya
que me temía lo peor. Habían ingerido unos caramelos que encontraron en la la Chureca y previamente los habían
depositado en unos frascos de cristal, también del vertedero, que contenían
restos de veneno. Los camiones arrojan allí desde vidrio o comida putrefacta
hasta restos humanos y quirúrgicos de los hospitales de la ciudad, así que es
habitual que aparezca veneno y quién sabe cuantas cosas más.
Los dos niños fallecieron esa misma tarde.
No puedo olvidar sus diminutos rostros opacos, y el sufrimiento que aún se
dejaba ver en sus cuerpos, ya inertes.
Mientras abrazaba a Basilia, ella me decía
que tenía que seguir, debía luchar porque en su casa le quedaban cuatro bocas
que alimentar. Qué amarga la vida de esta mujer con tan solo treinta y dos
años. Yo también debo continuar mi lucha. No puedo flaquear.
Cada tarde voy a buscar a Vaya, un niño de unos 12 años (aunque
nadie aquí sabe su edad), huérfano y adicto al pegamento. Hay veces que no me
reconoce porque está totalmente drogado. Comenzaremos una terapia con él en la
unidad de toxicología de un hospital cercano. Este niño es ahora otra de mis prioridades
(la inocencia de sus ojos me recuerda tanto a mi pequeño Lucas).
Además, estoy participando en una
investigación, y en las pruebas que se han llevado a cabo hemos encontrado
restos de plomo, arsénico y mercurio en la sangre de los niños que diariamente
van a la Chureca: presentan déficit
de crecimiento, y bajo desarrollo intelectual. Tengo que ver y actuar a través
de las gafas de la infancia.
(III)
Me costó encontrarte. Estabas mucho más
delgada pero tan guapa como siempre, mi querida Paula.
Tu sorpresa, tu mirada, tu saludo. Adiviné
que nuestro proyecto en común había sufrido una profunda fisura. Lo acepto.
(IV)
Aquí he encontrado parte de lo que había
perdido, Rebeca, gracias por tu comprensión y tu interés.
Si tienes oportunidad diles a Marta y a
Lucas que nunca les olvidaré.
Su madre estará siempre para ellos.
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