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Querido Nicolai,
¿recuerdas todos los momentos que hemos vivido juntos? ¿recuerdas las risas y las
confidencias, cuando paseábamos, o mientras tomábamos chocolate en el parque de la
Vega?
Nunca olvidaré la decisión que tomé aquella inolvidable tarde. Marcó mi vida para
siempre.
Me encanta pasear por las calles de mi ciudad, para disfrutar y empaparme
de historia y de cultura, soñar con su pasado glorioso, transformarme en un enamorado
“Fernando” que corre apresurado con el rostro oculto por las inmediaciones del Pozo
Amargo, para reunirse con su amada. Porque aunque salmantino de nacimiento, me
considero toledano de corazón, son muchos años los que llevo en esta ciudad, a la que
adoro.
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porque acerté a ver su barba y no parecía muy mayor por la agilidad que demostró en su
huida.
De la misma manera retrocedí sobre mis propios pasos y continué calle arriba hacia mi
trabajo. Había tanto por hacer, tantas historias conmovedoras detrás de cada persona
internada, que cada vez que atravesaba el bonito portón de entrada, necesitaba
involucrarme con cada enfermo, para sentir que mi trabajo merecía la pena.
Una fría mañana de Diciembre mientras cruzaba el puente, como de costumbre, tenía la
imagen de aquel hombre del contenedor grabada en mi cabeza. Parecía joven, ¿cuál
sería su historia? ¿porqué triste situación personal estaría pasando para estar en la
indigencia y obligarle a rebuscar comida de aquella manera?
Desde que comencé a trabajar en el hospital, para mi los enfermos, indigentes..., no son
seres anónimos, son personas con un pasado, una vida, una experiencia, y todos
merecen un gran respeto y también dedicación. Tengo una gran sensibilidad ante la
vulnerabilidad de mis iguales.
Muchas veces mis sueños son como estructuras arquitectónicas con forma de cubo y
cada compartimento pertenece a una persona y su mundo particular, donde yo visualizo
sus necesidades desde el exterior e intento ofrecerles las mejores soluciones a sus
necesidades.
Atiendo a mucha gente en mi trabajo, individuos de toda condición. Esas sonrisas, sus
rostros, sus penas y sus alegrías, las guardo en mi mochila cuando acaba mi jornada y
las desmigajo en casa. Las comparto con mi esposa e hijos. Ellos me dicen alguna vez
que intente no sufrir o involucrarme tanto, pero no puedo evitarlo.
Había conocido a gente muy especial como a mi gran amigo Gustavo, el cual sufrió una
intoxicación y estuvo una semana en hospital. Éste un buen día vendió su coche, para
poder mantener a una familia extremadamente necesitada durante unos meses. Gente así
merecía tanto la pena. Me gustaba compartir, con personas como Gustavo, mis
inquietudes. Él me entendía muy bien.
Mientras mi mente estaba procesando estas historias, de pronto me vino a la cabeza la
imagen de ese hombre solitario.
Decidí que esa mañana iba a cambiar ligeramente mi ruta. Desde Zocodover me dirigí
hacia la calle Alfileritos para entrar en la calle Cadenas e intentar un acercamiento sin
asustarle. Así lo hice. Le sorprendí comiendo unos tomates y un trozo de pan, que sin
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Intenté comunicarme, pero él miraba receloso y al principio no habló nada.
Yo seguía diciéndole que pasaba por allí todas la mañanas, que trabajaba cerca y que
me ofrecía para ayudarle. Por fin dijo: “no español”.
Le dije si podía entenderme un poco, me dijo de forma casi ininteligible, que tenia
hambre y frio. Le entregué la fruta y el bocadillo que llevaba para la merienda, y sentí
que con su mirada me agradecía la ofrenda.
Se me hacía tarde, así que me despedí.
En el descanso, quise verle, pero ya no estaba. Volví apesadumbrado.
Al día siguiente salí de casa y mi paso era más rápido que de costumbre, sentía la
necesidad de llegar cuanto antes a la puerta de la parroquia de San Nicolás, una extraña
fuerza me atraía hacia aquel lugar, para encontrarme con el hombre misterioso.
Cuando llegué pude observar que de nuevo estaba allí, sentado al lado del contenedor,
comiendo alguna cosa. Le entregué una barra de pan y algunos alimentos que había
cogido de casa. En su cara vi asomar ligeramente una sonrisa.
Me senté a su lado, y percibí como temblaba, no se exactamente, si solo de frio. Tenía
una enorme barba y el pelo le caía sobre los hombros. Llevaba puesto un abrigo, viejo
y roto.
Me miraba mientras comía, y a medida que pasaba el tiempo notaba que estaba menos
asustado, parecía más tranquilo. El reloj de la iglesia marcaba las siete y media, tenía
que dejarle. Cuando había avanzado un poco, escuché con claridad, “GRACIAS”.
Me di la vuelta, le dediqué una gran sonrisa de complicidad y continué mi camino.
En el trabajo la gente ya estaba hablando de cómo y donde celebrarían la Navidad. Unos
se iban de viaje, otros se quedarían en la ciudad compartiendo con su familia esa cena y
todo lo que ello englobaba. El ambiente alegre de esa época se palpaba en cada rincón.
Mientras tanto yo estaba pensando que pasaría con ese hombre, donde dormiría cada
noche, que haría para poder sobrellevar el frio, el hambre. ¿Tendría familia? ¿dónde
estaría? ¿qué haría en Navidad?
Esa tarde mi esposa, mis hijos y yo, fuimos a recorrer las calles del casco histórico, para
ver la iluminación de la ciudad, poder contemplar aquellas maravillas en miniatura
rememorando la época de Jesús. Compramos dulces en el convento de San Antonio,
delicias exquisitas que solo unas manos expertas pueden realizar. Había gente por todos
sitios.
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Mientras los niños y Mencía, mi esposa, estaban entretenidos mirando los puestos
navideños en la plaza de Zocodover, les dije que me esperasen un poco, que tenía que ir
a hacer un recado. Me dirigí hacia la calle Cadenas para ver si le veía, pero no estaba.
Volví donde estaba mi familia, compramos unas castañas asadas y nos fuimos para casa,
era tarde y hacía bastante frio.
En la cama, esa noche, pensaba que podría hacer para mejorar su vida, me quedé
dormido y soñé con él, tenía una familia y le vi feliz.
Al despertar tuve la sensación que era un sueño muy real. Estaba desconcertado.
Me preparé como de costumbre, me despedí de Mencía y de los niños y emprendí
rumbo hacia el centro de la ciudad, con un pensamiento fijo que era saludar a aquel
hombre. Y allí estaba él, mirando en mi dirección, como si me esperase.
Me acerqué, me sonrió y le entregué una bolsa donde había un abrigo nuevo que había
comprado el año anterior. Le pedí que me acompañase, no entendía. Con gestos le
indiqué que me siguiese, no sabía muy bien que pretendía, pero confió.
Entramos en una cafetería, y las personas que allí había nos observaban con curiosidad,
nosotros nos sentamos en una mesa y le pedí al camarero que nos trajese dos desayunos
completos. Entre su sorpresa y mi satisfacción había una conmovedora complicidad.
No se que estaría pensando mi acompañante. Yo comencé a armar frases sencillas para
hacerme entender. Le dije que mi nombre era Gerardo y que mi profesión se
desarrollaba en un hospital y algunas cosas más, para intentar un acercamiento y que él
se sintiese cómodo. Como noté que después de un rato estaba intranquilo, decidí que ya
era hora de marcharnos.
Nos despedimos y me dirigí al trabajo. Aquella mañana entraba más tarde que de
costumbre. Todos mis compañeros estaban felices hablando de sus planes navideños.
Ese día nos entregaron una bonita cesta con productos típicos y a la gente le gustaba el
detalle. Yo pensaba en mi hija Jimena, la pequeña, pues le encantaría abrir la cesta
cuando la llevase a casa. Aunque mentalmente le pedí disculpas a mi pequeña porque la
cesta se quedaría en manos de alguien que seguro la necesitaría más.
Sin embargo ese día tenia sentimientos encontrados, ya que imaginaba mi cena de
Navidad en casa y la felicidad y el calor que ofrece la familia. Pero... ¿y mi amigo?
¿dónde pasaría la noche? ¿y las demás noches?
Desde hacía varios días, desayunábamos juntos y él, poco a poco, decía alguna palabra
en español, sobre todo “gracias”.
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Decidí un día ofrecerle un paseo un poco más largo y caminar juntos hasta el parque de
la Vega. Nos sentamos y juntos tomamos un chocolate con churros delicioso. Ese día
fue cuando descubrí su nombre, se llamaba Nicolai Harchenko.
Tenía la mañana libre hasta las doce que comenzaba mi turno de trabajo, así que
paseamos un poco y decidimos ocupar un banco del parque para dialogar y entretanto
observábamos el ir y venir de la gente. Algunos curiosos nos miraban con cierta
extrañeza, no se porqué.
Llevaba puesto mi abrigo y me satisfizo bastante, por lo menos sabía que algo de calor
le proporcionaría.
Pude entender que su país de origen era Georgia. Mi mundo, su mundo...
Era un hombre inteligente, prestaba mucha atención cuando yo hablaba e iba
adquiriendo bastante vocabulario.
Le dije que tenía que marcharme a trabajar. Me sonrió y me alejé escuchando un
“adiós” muy claro. Me fui conforme.
¿Porqué me sentía tan bien? Por otro lado, era como cuando un pintor termina su cuadro
pero no le ha puesto esa nota, firma o no se que, para culminar su obra. Aunque parece
completa no lo está. Mi obra con él estaba inacabada.
El día de Nochebuena entraba al hospital para hacer un turno de trabajo de tres a siete
de la tarde. Ese día tan especial, tan familiar, me embriagaba un sentimiento de tristeza
que no me dejaba paladear la magia del momento. Había conocido a una persona que
estaba sola, pasando hambre y frio, y yo tenía todo de lo que él carecía. Iba pensando en
ello mientras bajaba la calle, brillante por la helada que ya se estaba haciendo notar.
Serían las siete y media de la tarde. Giré mi cabeza, como un acto reflejo al pasar cerca
de la parroquia donde solía estar mi amigo por las mañanas y cual fue mi sorpresa
cuando adiviné que aquella silueta pertenecía a Nicolai. No pude contener mi felicidad,
fui hacia él y me dijo: “hola amigo”. Le pedí que me acompañase. Entramos a tomar un
café, sabía que le haría bien.
Se sentía más cómodo conmigo, parecía que confiaba en mi, no sabía cual era su vida
pasada, pero notaba que era un hombre educado y tremendamente agradecido.
Salimos de la cafetería con paso decidido. Y le cogí del brazo para que me siguiera, él
no sabía que pasaba. Dudó un momento, pero continuó a mi lado.
Yo creo que la fuerza interior que tenía en ese momento le acaparó por completo.
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Fotografía: http://es.paperblog.com/paseo-de-merchan-o-paseo-de-la-vega-en-toledo-2412201/ |
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Abrí la puerta y mi esposa y los niños vinieron a recibirme, como cada día. Los cuatro
nos miraban sorprendidos. Durante unos segundos temí una reacción adversa, pero
Mencía no me defraudó. Nos saludó, e invitó a pasar a nuestro invitado. A mi me dio un
caluroso beso en la mejilla.
Los niños, especialmente la pequeña Jimena, miraban a Nicolai un poco extrañados.
Les expliqué como le había conocido y ellos escucharon atentamente.
Mencía me dijo que acompañase a nuestro invitado para asearse y prepararnos para la
cena. Así lo hice. Me pidió permiso para afeitarse y le ayudé ya que tenía una gran
barba.
Le dejé varias prendas de ropa para que se vistiese y curiosamente debíamos utilizar la
misma talla, ya que cuando apareció en el salón parecía que tanto el pantalón como el
jersey, estaban hechos a su medida.
Vi su rostro despejado al no llevar esa frondosa barba y ya no me cabía ninguna duda,
era un hombre joven, de unos cuarenta y cinco años, moreno, ojos azules.
Nos sentamos todos para celebrar la cena de Navidad. En una misma mesa, seis
corazones unidos por un sentimiento maravilloso.
¿Cuánto tiempo ha transcurrido Nico?
Hemos pasado siete increíbles años juntos. Los niños te adoran, Mencía siente un gran
cariño por ti. Y ya sabes que tu para mi no eres mi amigo, eres mi hermano.
Hemos compartido tantos momentos, alegrías y tristezas, sueños. Sobre todo cuando
nos contaste porqué habías llegado a España. Tuviste un hijo, aunque tu mujer te
abandonó cuando el pequeño Yuri tenía 3 años, se marchó con otro hombre y le dieron
la custodia del niño. Desaparecieron de tu vida y caíste en una profunda depresión que
te obligó a abandonar tu trabajo de enfermero y deambular por tantos sitios, hasta que
llegaste a Toledo. Podías haber ido a cualquier otro lugar, pero no podía ser, yo te
estaba esperando.
Mi familia que ha sido la tuya, hizo que tu mente no estuviese constantemente pensando
que estabas solo.
Como todos vieron tus cualidades, muy pronto confiaron en ti para desarrollar tu
profesión en el hospital. Has sido un estupendo profesional y me siento orgulloso de ti.
Por cierto, no te preocupes que sabes que no voy a faltar a mi promesa, y tarde o
temprano encontraré a tu hijo.
Hace frio aquí, pero me hace tanto bien recordar...
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Ahora soy yo el que te dice: “adiós hermano”, hasta la próxima semana. Sabes que
estaré aquí cada tarde de sábado, entre estos cipreses para charlar largo y tendido.
COMENTARIO:
Esta historia está basada en un hecho real. Hace unos años una amiga me contó algo similar a lo que relato en esta historia y me impactó.
Siempre pienso que hay personas buenas en el mundo que merecen mucho la pena.
He cambiado el escenario, lo he ambientado en Toledo, aunque la historia real sucedió en otra ciudad.
Y también los nombres son distintos para proteger la intimidad de las personas.
El protagonista murió como consecuencia de un cáncer de huesos.
REFERENCIA HISTÓRICA DEL HOSPITAL DEL REFUGIO Y DEL BÁLSAMO EN TOLEDO. (fuente:/foro.toletho.com).
El protagonista murió como consecuencia de un cáncer de huesos.
REFERENCIA HISTÓRICA DEL HOSPITAL DEL REFUGIO Y DEL BÁLSAMO EN TOLEDO. (fuente:/foro.toletho.com).
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