TIERRA DE SUEÑOS Y NECESIDAD.
A Julia le faltaban cuatro meses y
diez días para ver cumplido su sueño, que tantos momentos amargos, lágrimas y
malestar le habían ocasionado hasta poder conseguirlo, y, sin embargo, África
cambió su vida.
Éste era el viaje que siempre había
soñado, por todo lo que ella imaginaba que un país como Kenya guardaba en sus
entrañas; una tierra especial, sus gentes, su forma de vida. Salir y ver
animales salvajes por doquier. Era su gran sueño y, cuando por fin, después de
mucho esfuerzo, y un gran sacrificio, consiguen reunir su marido y ella el
dinero para poder visitar esa tierra especial antes del nacimiento de su bebé,
sucede algo que le traumatizará, le dejará sumida en una profunda tristeza y
hará peligrar su relación de pareja, a la vez que su estado de ánimo irá
deteriorándose cada vez más.
Nico y Julia llevaban casados siete
años, y eran una pareja muy unida, se amaban profundamente, y, para consolidar su relación, no había nada
mejor que tener un niño. Así lo habían decidido
años atrás, aunque no resultó fácil que ese niño llegase. No tenían problemas,
pero ese niño tan deseado se hacía de rogar. Lo que al principio parecía algo normal, al final se convirtió en
obsesión para Julia. Después de muchos años de pruebas y noticias poco
esperanzadoras cada vez que visitaban a su médico, se optó por fecundar al futuro bebé de forma artificial. No resultó a
la primera, pero sí a la segunda, lo cual supuso una enorme satisfacción para los
futuros papás.
Pasaba el tiempo y ellos estaban
emocionados con los preparativos, para cuando el bebé estuviera en casa, su
habitación, la ropita, los utensilios para su higiene, todo lo que hoy en día
se organiza para la llegada de un bebé.
Habían querido saber el sexo del
bebé, y cuando les dijeron que era una niña, aquel día fue algo inolvidable
para esa pareja que tanto había sufrido hasta ver que el sueño de ser padres
estaba cerca, muy cerca, de hacerse realidad.
Entre tanto, se aproximaba el periodo
de vacaciones, y pensaron que antes del nacimiento del bebé, con los ahorros de
varios años, podían viajar a África para traerse un bonito recuerdo y poder
explicar en unos años a su hija, el modo de vida que tienen otras personas,
otra cultura.
Los dos estaban de acuerdo y
decidieron comprar los pasajes para embarcarse en esa aventura que les hacía
tanta ilusión.
Con tantos sueños cerca de hacerse
realidad, la emoción embriagaba a Julia
y se sentía la mujer más feliz del mundo. Todo iba bien hasta que, una mañana,
estando ella en casa, sola, comenzó a
sentirse mal; estaba mareada, tenía ganas de vomitar, y sujetándose como pudo
por las paredes, consiguió llegar al baño, se acercó a la taza del wáter, pues
tenía unas enormes ganas de hacer pis.
Sintió un fuerte pinchazo en la tripa
y miró, no podía creer lo que estaba sucediendo, vio todo lleno de sangre, y
temió lo peor, se limpió, y salió de
allí como pudo, para hacer una llamada de teléfono. Todo sucedió de forma
rápida y sólo recuerda decir a todo el que se acercaba:
-
Mi bebé no, por favor, ella no; tiene que vivir, es mi sueño,
mi cuento, mi ilusión, mi vida.
Habían pasado cuatro horas cuando
recuperó la consciencia, y vio a su marido que le tenía cogida la mano, con lágrimas en los ojos. Sabía lo
que había pasado, pero seguía pensando:
-
Mi bebé no puede morir, mi niña tiene que vivir.
No quería hablar, pero al final
preguntó, y escuchó lo que nunca creía que iba a escuchar, la niña había muerto. Y con ella se
truncaron todas las expectativas que tenía Julia para ser madre, ya que tuvieron
que extirparle las trompas por un problema grave que vieron cuando estaban
operándola. Lloró desconsoladamente. Sus sueños, su ilusión, se habían
desvanecido.
Cuando regresaron a casa la situación
era dantesca; el dormitorio de la niña con todas sus cosas, y ella allí, sin
saber qué hacer, Quería morir y siempre decía:
-
¿Por qué no he muerto yo?. Mi niña tenía toda una vida para
realizar sus sueños.
-
No tengo ganas de vivir, he muerto por dentro.
Las discusiones con Nico eran cada
vez más frecuentes. Le culpaba a él de todo, le gritaba, y terminaba llorando;
no podía soportar esa situación, no tenía ilusión por nada.
Pasaron las semanas y poco a poco,
Julia fue cambiando de comportamiento. Un día cuando llegó su esposo de
trabajar, le dijo:
-Nico, quiero que hagamos ese viaje a
África.
-Él
contestó: Debes recuperarte del todo, y te prometo que lo haremos.
Aunque le dejó perplejo semejante
afirmación. Desde que sucedió el horrible
suceso, Julia hablaba poco, y estaba acostada la mayor parte del tiempo.
Pasaron los días y, cuando estaba recuperada, hablaron de nuevo y comenzaron con todos los
preparativos para realizar ese viaje que
siempre habían querido hacer.
Cuando Julia
estaba bajando del avión y pisó por primera vez tierra africana, sintió una emoción
que no podía describir, algo tan maravilloso para ella, que en el rostro,
incluso, tenía un brillo especial. Su esposo pensaba que había sido un acierto
viajar a Kenya, ya que veía que podía ser una terapia muy buena para la
recuperación de su mujer. Sin embargo, aún no sabía las sorpresas que le
depararía su estancia en ese país…
No tenían contratadas excursiones
desde su ciudad, lo harían todo desde el hotel. Únicamente había un viaje
contratado por Julia que era una sorpresa para su esposo, y que comentaría
cuando llegase el momento.
Pasaron tres días y llegó el viaje sorpresa, Nico estaba ilusionado por
ver qué le tenía preparado Julia. Llegó
una furgoneta al hotel preguntando por ellos; Julia le dio al chofer unas
indicaciones y se pusieron en camino. La pareja iba mirando a un lado y a otro,
a las personas que andaban cerca de la carretera; si es que a eso se podía
llamar carretera. Al modo de ver de Nico, eran caminos tortuosos y demasiados
peligrosos, por cómo conducía la gente, la falta de señalización, la confusión
de carriles, etc.
Quedaban perplejos cuando veían a
niños, por ejemplo, de la tribu de los Massai, con una varita y una pequeña
garrafa de agua, sin poblaciones, ni nada cerca. Quizás en veinte o treinta
kilómetros no había otro poblado, y esos niños caminando solos, con la cantidad
de animales salvajes que había, y podían atacarles. Esto lo comentaban entre
ellos, haciendo la comparativa con los niños de su ciudad y de España en
general, teniendo de todo, y sin apreciar el trozo de pan que se comen cada
día, era una situación que les partía el alma.
Llevaban tres horas de camino, y
debían atravesar la ciudad de Nakuru, la tercera en importancia de Kenya, y
decidieron parar para ver cuál era la forma de vida, en un día cualquiera para
esa gente.
Bajaron de la furgoneta acompañados
por el chofer, quien hacía de guía, y pasearon por el mercadillo de esa ciudad.
Tanto hombres como mujeres intentaban venderles sus pro-
ductos: comida, relojes, abalorios, etc., No
les dejaban apenas caminar, se agolpaban alrededor de ellos, estaban
desesperados por vender. Algunas veces Nico se ponía nervioso, y pensaba que no
había sido buena idea parar en esa ciudad. Sin embargo, Julia le decía que
había que pensar que esas personas necesitaban comer, y quizás ellos eran su
única oportunidad para conseguir unos dólares, y llevar algo de comer a sus
familias. Salieron de allí con dificultad y volvieron a subir a la furgoneta
para proseguir el viaje.
Nico estaba sorprendido por algunas
preguntas que su mujer le iba haciendo, por ejemplo:
-¿Tú quieres ser papá?
-¿Qué estarías dispuesto a hacer para
conseguirlo?
-¿Qué precio pagarías por ello?
No le dio tiempo contestar a tanto
interrogatorio cuando llegaron al destino, era un sitio
paupérrimo; tenían lo básico para
subsistir, pequeños campitos para cultivar lo poco que se podía, debido a la brutal
sequía que había acontecido ese año, Y en las viviendas se dejaba ver la situación en la que estaba
la gente que allí vivía. Se adentraron en dicho recinto y allí salió a
recibirles una persona muy amable que les indicó cuál sería su dormitorio, para
que dejasen el equipaje, y se instalasen. Así lo hicieron. Nico estaba ansioso
por preguntar, pero quiso ser cauto y esperar. Salieron del dormitorio y fueron
a un pequeño despacho donde otra persona distinta a la que les recibió les indicó
las que serían sus tareas a partir de ese momento.
Les acompañó a
una sala grande y austera, donde había
camas y literas. Allí dormía una veintena de niños. Estaban en un orfanato al
lado de ninguna parte, regentado por unas cuantas personas voluntarias, para
cuidar de aquellos niños que no tenían donde ir. Sin sus familias, debido a
muertes en conflictos, por enfermedades de sus progenitores, por expulsión y
repudio de sus hogares, por un sinfín de motivos. Y ellos no tenían nada. Tanto
Nico como Julia quedaron estupefactos cuando fueron conociendo los casos de
cada uno de los niños que estaban allí. Al terminar la visita y regresar a su
dormitorio, Julia le explicó a Nico que cuando fue a sacar los pasajes para ir
a Kenya, no lo hizo para regresar. Le
explicó que, ya que no pudo tener a su niña en España, quería ayudar a niños
que necesitaban de todo, fundamentalmente, cariño.
Además, con el tiempo, su intención era adoptar
al más necesitado, si decidían volver a casa.
Nico amaba tanto a su mujer que aceptó su
decisión.
Estuvieron
trabajando duro varios años, ayudando a sacar el orfanato adelante, que los
niños tuviesen las mejores condiciones higiénico sanitarias posibles, que todos
los días tuviesen algo que llevarse a la boca, incluso renunciando ellos a un trozo de pan. Participaban en los
talleres que los voluntarios tenían organizados, les enseñaban a leer, a
dibujar, pasaban los días y la felicidad de sentirse útiles, les fortalecía
cada vez más.
Pidieron ayuda
económica a una ONG con la que Julia llevaba colaborando muchos años, para
poder hacer un pozo cerca del orfanato y sacar agua, y con mucho esfuerzo se
logró llevar a la práctica ese proyecto.
Eran tantas las necesidades de aquellos niños,
que todo lo que se hacía resultaba poco, siempre tenía en mente un nuevo
proyecto, pensando en ayudar a toda la gente que pudiese, no solo a sus niños.
Muchas veces
salía a visitar a mujeres embarazadas de otros poblados y les ayudaba en todo
lo que podía, ya tenía experiencia en asistencia a partos. La primera vez que
ayudó a una mujer a dar a luz, creyó que era lo más bonito que había realizado
en toda su vida, la emoción la embriagó, tener entre sus brazos a una criatura
tan bonita y que gracias a ella estaba viendo la luz, eso a Julia la llenó de
gozo y emoción.
A partir de ese
momento se vio capacitada, para poder ayudar a otras mujeres a traer a sus
hijos al mundo, el miedo del principio ya lo había pasado.
Nico vio el
cambio tan grande que había dado su mujer, estaba feliz siempre, aunque casi
todo les era adverso, sin embargo ver como se involucraba en el cuidado y
atención de aquellos niños, ayudar a otras personas de otros poblados,
participar en todas las tareas del orfanato, tanto cultivando las tierras, como
enseñando a los niños a leer, escribir, etc. Pensó que esa era la medicina que
Julia necesitaba y él siempre iba a estar a su lado en todo lo que hiciese.
Un día
cualquiera, Julia intentó levantarse para comenzar la jornada, pero se
encontraba muy mal, Nico la ayudó a asearse y salir a tomar el aire, aunque
esto no mejoró su estado. Tuvieron que avisar a un médico, debido a que Julia
tenía una fiebre muy alta. Le diagnosticaron sida y malaria.
Pasaron las semanas
y Julia no mejoraba; cada vez estaba más débil. Sin embargo, nunca le faltaba
una sonrisa. Las atenciones de su
esposo, que la amaba hasta la saciedad, le daban aliento.
Había perdido
mucho peso y la fiebre no desaparecía. Decidieron llevarla a un hospital, la
estuvieron tratando y dieron la asombrosa noticia a su esposo; tenía una
grave complicación intestinal, debido
especialmente a la malaria, y no sabían a ciencia cierta cuanto le quedaba de
vida, pero, lo que era seguro, es que no más de tres meses.
Julia pidió a su esposo que la llevase de
nuevo al orfanato, y que no se separase de ella. Así lo hizo Nico.
Una noche empeoró, y le pidió un
último deseo a su esposo:
-“Sí alguna vez
decides volver a casa, lleva contigo al niño más necesitado del orfanato”. “Ése
era mi deseo cuando decidí que
viniésemos a Kenya”. “Mi sueño era ser madre y he conseguido tener a muchos
niños conmigo. A partir de ahora, decide tú, cual ha de ser tú sueño, y sí
quieres que se haga realidad”.
Pasaron los años
y Nico seguía trabajando en el orfanato como el primer día, continuó con el
proyecto que su mujer comenzó. Él amaba tanto a esos niños y esa tierra que no
podía abandonarlos a su suerte. Siempre agradeció a su mujer la decisión que un
día tomó de viajar a aquel lugar, ya que sentía que África sería su eterna
morada.
Habían hecho una
nueva escuela a la que asistían más de cincuenta niños, no solo los que
residían en el orfanato si no otros que venían de otros poblados.
La última niña
que había entrado tenía unos días de vida ya que su madre murió cuando dio a luz,
a este bebé le pusieron de nombre “Julia”, en recuerdo de la mujer que luchó
por conseguir el sueño de construir una gran familia.