TEMORES
Escondía sus temores en frascos herméticos en el último
rincón de la despensa, detrás de los botes de tomate frito, los paquetes de
pasta italiana y el azúcar. Estaban muy bien ordenados y sólo ella sabía de su
contenido.
Cuando la juventud era más fuerte que cualquier otra cosa,
nada de lo que allí guarda ahora, supuso preocupación alguna.
El vacío de su casa la obliga a distraer su soledad cocinando
historias. Y así pasan las horas, las semanas, y los meses.
Un día cualquiera su rutina es caminar, antes de volver a
encerrarse entre esas cuatro paredes que la asfixian; a veces camina una hora, otras veces dos horas, no lleva prisa, nadie la
espera.
Paso a paso peina esos senderos llanos e interminables
alrededor de su pueblo, éste que la ha visto nacer, crecer y también envejecer.
Esos caminos le susurran historias de otros tiempos, son testigos
de una felicidad pisoteada por el paso de los años.
Le recuerdan, mientras
mira a lo lejos la torre de la iglesia, en aquel hermoso octubre, que allí
tiempo atrás era todo belleza.
Se da la vuelta, respira hondo y sigue paseando por aquella senda rodeada de almendros, para distraer sus demonios.